2021 ha sido un año en que he aprendido muchas cosas interesantes. A modo de cierre, quise hacer el ejercicio de destacar y explicar brevemente las siete ideas más sorprendentes y reveladoras que aprendí en estos 12 meses.

¿Quieres descrubir nuevas ideas interesantes?

Todos los meses envío un correo con reseñas sobre los libros que he estado leyendo. Suscríbete y recibe la próxima edición

Veamos cuáles son.

¿Qué vas a hacer con el cemento y el acero?

En julio de este año terminé de leer Cómo evitar un desastre climático, de Bill Gates. En este libro, Gates explica la magnitud del problema ambiental, detallando cuáles son las principales fuentes de gases invernadero y las formas que tenemos para enfrentar el desafío.

En uno de los primeros capítulos, Gates nos cuenta las cinco preguntas que él se plantea cuando debe evaluar una iniciativa para enfrentar el cambio climático. Me sorprendió particularmente una: ¿qué vas a hacer con el cemento y el acero?

Yo no tenía idea, pero resulta que producir acero y cemento genera un 10% de las emisiones anuales de gases invernadero. Estos materiales son indispensables para construir toda la infraestructura del mundo moderno, y hasta hoy no existe ninguna solución que permita fabricarlos sin producir emisiones. Por ahora, lo único que podemos hacer es usar tecnologías para capturar los gases que emiten, lo cual eleva su costo de producción a un precio que nadie quiere pagar.

Esta idea me pareció interesante porque me recuerda que el cambio climático es un problema complejo y con muchas causas. Cuando hablamos de cuidar el planeta, generalmente aparecen ideas como andar en bicicleta, comer menos carne o reciclar. Todas estas propuestas son válidas y útiles, pero no hay que olvidar de que el cambio climático es un problema enorme que requiere muchas innovaciones que todavía no tenemos.

La dificultad de hablar sobre causalidad

Hasta este año no había caído en cuenta de la importancia que la causalidad (la relación que establecemos cuando decimos que una cosa causa otra) tiene en la vida diaria.

Es fácil pasarlo por alto, pero cualquier opinión, afirmación o creencia siempre conlleva alguna relación causal. Cuando decimos que Esteban tiene la culpa por lo que le pasó, estamos diciendo que las acciones de Esteban son la causa de ese algo y por ende es el responsable.

Hasta acá, nada nuevo. El problema es cuando debatimos sobre temas generales y contingentes, como por ejemplo:

  • Si el ayuno intermitente causa un mejor estado de salud.
  • Si el aumento del salario mínimo causa una mejora en la economía de un país.
  • Si el sexo biológico causa las elecciones vocacionales de cada persona.

En casos como estos, poder decir con confianza que X causa Y es un tema complejo y siempre controvertido. Más complejo resulta hoy, cuando tenemos acceso a información para apoyar casi cualquier premisa y siempre podamos encontrar un “paper” donde se encontró que “X estaba correlacionado con Y”. En momentos como estos es cuando aparece el famoso dicho: “correlación no implica causalidad”, y terminamos en una discusión estéril.

¿Por qué es tan difícil llegar a un acuerdo sobre la causalidad? Lo que aprendí este año es que la causalidad no está en el ámbito de la ciencia o de la estadística, sino que en el terreno de la filosofía. Podemos tener los mejores métodos experimentales y las herramientas estadísticas más sofisticadas para encontrar relaciones entre los datos, pero si no hay un acuerdo sobre qué evidencia será aceptada como verdadera, nunca avanzaremos hacia un acuerdo. En casos como estos, nos falta filosofía, no ciencia o estadística.

Esta idea la descubrí en el libro The Book of Why y también en este curso sobre Evaluación de Políticas Públicas.

¿Animalismo o ecología?

Cada día es más común encontrar a personas que reducen su consumo de carne u otros productos animales. Generalmente, la justificación es evitar el sufrimiento animal, ayudar a enfrentar el cambio climático o una mezcla de ambas cosas.

A mi gusto, tanto el animalismo como la ecología son motivaciones válidas y nobles por las cuales evitar los productos animales. No obstante, a pesar de que hoy son proyectos que se ven bastante alineados, cuando los llevamos a sus últimas consecuencias nos encontramos con una contradicción que nos obliga a poner uno por sobre el otro.

¿Cómo puede ser? Imaginemos un futuro hermoso en el que logramos reemplazar todos los productos animales por sustitutos exactamente idénticos, pero sin sufrimiento y que además resolvemos el problema de la destrucción ecológica debida a la acción humana. En este futuro, tendremos ecosistemas — la sabana africana, por ejemplo — donde habrá animales que sufren debido a la acción de otros animales: por ejemplo, decenas de mamiferos que morirán cazados por leones.

En ese momento, tendremos que tomar una decisión (aunque la decisión sea no hacer nada): ¿preservamos el ecosistema en su estado “natural”, dejando que los animales carnívoros sigan su instinto, o intervenimos para eliminar el sufrimiento animal? Podríamos por ejemplo, preocuparnos de que los carnívoros solo consuman carne sustituta, o algo mucho más drástico: esterilizar a toda la especie para que ya no exista.

Esta idea la encontré en Ética, Estética y Política, un libro de ensayos del filósofo y youtuber Ernesto Castro. Hoy puede parecer un dilema disparatado, pero estoy seguro de que en algún momento del futuro — tal vez no tan lejano — tendremos que tomar la decisión: ¿ecología o animalismo?.

La apuesta de Pascal

En el siglo XVII, Blaise Pascal presentó un argumento muy original para justificar su creencia en la existencia de Dios, que no apelaba a la fe ni a La Biblia.

Para él, la decisión podía ser interpretada como un juego de azar donde basta maximizar la ganancia esperada. En sus palabras, conviene creer en Dios porque, incluso si la probabilidad de que exista es infinitamente minúscula, es compensada por el premio que se obtiene al creer: una eternidad en el paraíso.

No es que este argumento me haya convencido de creer en Dios. De hecho, tiene varios puntos débiles. No obstante, me pareció una idea sorprendente y original que nos muestra cómo una forma racional y lógica de tomar una decisión puede llevar a conclusiones inverosímiles o paradójicas.

También me pareció interesante el hecho de aplicar el pragmatismo para justificar la decisión de una creencia personal. Para este filósofo, no importa tanto si uno cree genuinamente, lo importante es decidir creer y comportarse de acuerdo con esa creencia. Esto es algo que yo aplico en mi vida: escojo algunos principios personales no porque me nazca o esté completamente convencido. Lo hago porque creo que vale la pena creer en ellos. O al menos eso quiero creer.

Esta idea la saqué del libro The Rise of Modern Philosophy, un libro que recorre las ideas más importantes de la filosofía occidental del período moderno.

La ilusión del libre albedrío

¿Somos libres? No le había dado muchas vueltas a este tema, pero este año aprendí que lo más probable es que no haya un ápice de libertad en nuestras decisiones.

Lo que nos dice la ciencia sobre el universo, es que vivimos en un mundo determinista: todo lo que ocurre, es causado por otra cosa. Adicionalmente, sabemos que nuestras decisiones provienen de señales neuronales, que fueron causadas por eventos externos o estados internos de nuestro cuerpo.

De esta forma, podemos concluir que nuestras decisiones son reacciones que ya estaban determinadas a la hora de recibir ciertos impulsos. Decidir se siente libre, pero no lo es. Es un resultado causado.

Es muy difícil aceptar esto, ya que todos tenemos una percepción profunda de nuestra libertad: sentimos que hacemos las cosas porque las escogimos deliberadamente. No obstante, si fuera así, significaría aceptar que hay decisiones que no tienen causa y surgen de la nada. Lamentablemente, esto es totalmente contradictorio con lo que sabemos sobre el funcionamiento del universo.

Por cierto, reconocer la imposibilidad de la libertad plantea algunos problemas filosóficos enormes. Por ejemplo: ¿si no escojo lo que hago, cómo puedo ser responsable por ello ante la ley y la sociedad? Este es un tema sobre el cual quiero estudiar más en 2022.

Esta idea la encontré en Crash Course Philosophy, un curso introductorio a la filosofía muy bueno que puedes ver gratis en YouTube.

El utilitarismo preferencial

Seguramente el libro que más influencia tuvo en mí este año fue Practical Ethics, del filósofo australiano Peter Singer.

En el libro, el autor expone un marco ético basado en la “consideración igualitaria de intereses”. Esto significa que una acción es moralmente correcta si considera los intereses de todos los seres involucrados, independiente de sus capacidades, raza, género o especie. En muchos casos — pero no siempre — el interés más significativo de un ser es buscar la felicidad y evitar el sufrimiento.

Utilizando este principio, también conocido como utilitarismo preferencial, es posible tomar decisiones sobre dilemas éticos muy complejos y contingentes. Basta con considerar los intereses de los seres que se ven afectados por nuestras decisiones: ¿estamos contribuyendo a que los alcancen o haciéndolo más difícil?

En Practical Ethics, Peter singer demuestra cómo este principio nos conduce a algunas conclusiones polémicas. Por ejemplo:

  • El aborto y la eutanasia no serían incorrectos en ciertos casos.
  • Causar cualquier sufrimiento animal evitable es moralmente reprochable.
  • Si uno tiene más de lo que necesita para vivir, es un imperativo moral donar a quienes no tienen recursos para subsistir.

Me cautivó la simpleza de este sistema ético y su capacidad para reflexionar sobre cualquier decisión importante. De hecho, las ideas de Peter Singer me convencieron de reducir mi consumo de carne y hacer un aporte mensual a GiveWell, una organización que redirige las donaciones a aquellas fundaciones que más salvan vidas en el mundo.

La prosperidad es invisible y la riqueza engañosa

Uno de los últimos libros que leí este año fue The Psychology of Money, un libro que presenta formas de pensar sobre el dinero para ayudarte a tomar mejores decisiones financieras.

En general, me esfuerzo bastante por tener mis finanzas ordenadas y cuando gasto, lo hago de forma responsable. De hecho, mantengo un estilo de vida en el que ahorro una parte importante de lo que gano.

De todas formas, ahorrar nunca es fácil. Una de las cosas más difíciles de hacerlo es evitar compararse con otras personas. Es común ver a alguien gastar en lujo y pensar: “yo igual podría comprarme eso… ¿por qué no lo hago?”.

En The Psychology of Money encontré una idea que me ha hecho más fácil evitar esas comparaciones: entender la diferencia entre riqueza y prosperidad. La riqueza tiene que ver con cuánto gastas, mientras que la prosperidad con tu buen estado financiero en general.

Lo que hay que tener claro es que la riqueza es engañosa. Podemos ver a alguien gastar mucho en lujos, pero no sabremos si está siendo próspero o no. Por el otro lado, la prosperidad es invisible: no sabemos cuánto tiene el otro en el banco. Por eso, lo importante es mantener la vista en tus propios objetivos financieros, y no compararse con cuánto gastan los demás.


Espero que te haya gustado este recuento de ideas. ¿Cuál fue la que más te sorprendió? ¿Cuántas conocías?

Deja tu comentario para que conversemos.

Si llegaste hasta acá, te gustará lo que viene