Seguramente en el último tiempo has escuchado la palabra sesgo usada para cuestionar la validez de alguna opinión. Normalmente, las frases son del tipo: “me parece que tu opinión está sesgada” o “este medio de comunicación está sesgado”.

A pesar de que la noción de sesgo siempre ha sido fundamental en estadística, su uso en el lenguaje común se ha masificado gracias a la popularización de una disciplina llamada economía del comportamiento. Esta área nació en los años 70, cuando un grupo de investigadores comenzó a realizar experimentos que demostraban que la racionalidad humana está sujeta a una serie de vulnerabilidades y fallas lógicas, para las cuales usaron el término sesgo (bias, en inglés). Sus descubrimientos pusieron en jaque varios de los supuestos fundamentales de la economía clásica, por lo cual generaron mucha polémica. Estas ideas se han comenzado a popularizar desde los años 2000 gracias a libros como Thinking Fast and Slow y Nudge, entre otros [1].

¿Y qué tipo de fallas encontraron? De todo tipo. Por ejemplo, trata de resolver este sencillo ejercicio matemático:

Un chocolate y un dulce cuestan $1.10 en total (1 dólar y 10 centavos). El chocolate cuesta 1 dólar más que el dulce, ¿cuánto cuesta el dulce?

Si la primera respuesta que se te vino a la cabeza fue 10 centavos, entonces ¡felicitaciones!, eres un ser humano. Lamentablemente, la respuesta correcta no es 10, sino 5 centavos (1.05 + 0.05 = 1.10) [2]. Lo curioso con este tipo de problemas, es que a prácticamente todo el mundo se le viene la misma respuesta incorrecta a la cabeza. Este tipo de fallas sistemáticas en el razonamiento, es un ejemplo de sesgo, y como veremos más adelante, se origina por la forma en que nuestra mente trabaja. En este caso, parece un error irrelevante, pero hay sesgos que pueden afectar profundamente la forma en que tomamos decisiones muy importantes, como contratar o no un seguro contra accidentes o cuánto dinero aceptar en una negociación. Conocer algunos de los casos más típicos, te ayudará a identificarlos, prevenirlos y mejorar la forma en que tomas decisiones.

En este artículo te explicaré con más profundidad cómo se originan, y luego revisaremos dos sesgos específicos (¡con nombre y todo!) que nos afectan a todos. Además, veremos algunos consejos para evitarlos. Si te interesa, ¡sigue leyendo!

Origen

Si nuestro cerebro es tan capaz para algunas cosas ¿cómo es que puede fallar siempre en otras? La psicología y la neurociencia proponen una teoría sobre nuestra mente que nos ayuda a entender estas contradicciones. En esta, se distinguen dos sistemas que generan diferentes tipos de razonamientos:

  • El Sistema 1, que se encarga de las decisiones rápidas e intuitivas. Su funcionamiento no es lo que asociamos generalmente con “pensar” y está vinculado con las partes de nuestro cerebro que compartimos con otros animales. Este sistema opera de forma automática, es decir, ¡no podemos apagarlo! Cuando tu cerebro te dice que el dulce vale 10 centavos, porque el chocolate vale 1 dólar, eres testigo de tu Sistema 1 actuando.
  • El Sistema 2, que actúa de forma deliberada, consciente y nos ayuda a elaborar ideas complejas. Es reflexivo, racional y capaz de asignar atención a las actividades mentales que requieren esfuerzo. Es lo que normalmente asociamos con nuestra mente: el yo consciente y razonador que decide qué decir y hacer. Si te tomas un minuto para resolver el problema anterior con papel y lápiz, será tu Sistema 2 el que se hará cargo.

En general esta distribución del trabajo en dos sistemas funciona muy bien: el Sistema 1 genera impresiones y sentimientos que entrega al Sistema 2 para que tome decisiones y forme sus creencias. Sin embargo, frente en algunas circunstancias el Sistema 2 ni siquiera comprueba la respuesta automática que le entrega el Sistema 1 (como el ejemplo del chocolate y el dulce). Es esta interrelación entre ambos sistemas lo que produce sesgos en nuestro razonamiento.

Es importante tener en cuenta que la distribución de tareas entre el Sistema 1 y el Sistema 2 es en general eficiente y adecuada: no tenemos todo el día para reflexionar sobre cada decisión, y cuando estamos en modo automático las cosas en general resultan bien. Por esto, es incorrecto pensar que todo razonamiento intuitivo está sesgado o producirá un error. Por el contrario, en general una intuición se desarrolla porque en el pasado nos ha permitido tomar buenas decisiones.

A pesar de que nos guste dejarnos llevar por la intuición, veamos ahora dos casos en que no nos conviene hacerlo.

Dos sesgos que nos afectan (y cómo evitarlos)

Existen literalmente decenas de sesgos cognitivos que afectan la manera en que tomamos decisiones. Conocer los más comunes y saber en qué situaciones surgen es el primer paso para identificarlos y evitarlos. Veamos dos casos muy frecuentes.

Sesgo de anclaje

¿Te ha pasado que te hacen una pregunta de la que no tienes ni la menor idea? Generalmente, cuando esto ocurre, nos basamos en algún dato conocido y tratamos de llegar a una respuesta desde ahí. En psicología, este proceso se conoce como “anclaje y ajuste”. A pesar de que es un proceso razonable, se ha demostrado que produce sesgos en nuestras respuestas, los cuales ocurren principalmente en dos casos.

El primer tipo de casos, es cuando nuestra respuesta se queda demasiado cerca del número inicial sin hacer el ajuste necesario. De ahí viene la imagen del ancla.

Por ejemplo, en un experimento se hicieron dos grupos de personas. A un grupo se le preguntó si estarían dispuestos a donar 5 dólares por una causa benéfica, y al otro si donarían 400 dólares. Luego, se les preguntó cuánto dinero estaban realmente dispuestos a donar. El primer grupo dijo 20 dólares en promedio, mientras que el segundo, ¡subió a 143 dólares! Lo más curioso, es que a un tercer grupo se le hizo la segunda pregunta sin presentarle ningún ancla, y su promedio fueron 64 dólares.

El segundo tipo de casos resulta mucho más llamativo: ocurren cuando el valor inicial que estamos considerando no tiene nada que ver con la pregunta, pero aun así lo usamos como información para responder.

En otro experimento, se utilizó una ruleta que solo daba como resultados los números 10 y 65. Una vez que el número salía, se preguntaba a las personas lo siguiente:

  1. ¿Es el porcentaje de países africanos que forman parte de la ONU mayor o menor a este número?
  2. ¿Cuál estima que es el porcentaje de países africanos que forman parte de la ONU?

Sin duda que el resultado de una ruleta no tiene por qué influir en la respuesta, no obstante, aquellos que vieron un 10, estimaron en promedio un 25%, mientras que los que vieron un 65, un 45%. Este patrón se ha repetido en muchos otros experimentos: por ejemplo, se vio que es posible influir en la cantidad de meses que un grupo de jueces experimentados recomienda como sentencia, simplemente influenciándolos a usar el resultado de un dado como ancla.

Pero no todos los sesgos ocurren en el laboratorio. El caso más común donde el sesgo de anclaje nos afecta es en las negociaciones. El primer monto que aparezca en la negociación, sea cual sea, tiene el potencial de arrastrar todos los posteriores ajustes. Por eso, cuando una negociación solo se basa en un aspecto (por ejemplo, un monto), suele tener la ventaja quien pone el primer monto sobre la mesa. Si no logras hacer esto y tu contraparte te ha hecho una propuesta ridícula, lo más conveniente es poner pausa a la negociación y dejar claro que no estás dispuesto a negociar con ese número sobre la mesa.

Para evitar este sesgo, lo primero que debes reconocer es que cuando tomas una decisión, cualquier número o información que esté sobre la mesa tendrá un efecto de ancla sobre ti, incluso aunque parezca absurdo o no tenga nada que ver. Si es una decisión importante, lo que algunas investigaciones han mostrado es que es posible combatir el sesgo de anclaje movilizando al Sistema 2 deliberadamente. Esto puedes hacerlo basándote en información conocida (en una negociación por ejemplo, puedes pensar en el precio de mercado) o diferente (el mínimo que está dispuesto a aceptar tu contraparte). También te servirá cuestionar la calidad de la información que tienes disponible (¿es este número en verdad confiable, o me estoy anclando en algo absurdo?), o pensar en un caso completamente opuesto al que está en juego.

Sesgo de disponibilidad

¿Cuál es la probabilidad de que mañana entren a robar a tu hogar? ¿Dada esta probabilidad, cuánto deberías pagar por un seguro que te ayude a paliar el riesgo? Cuando respondemos a este tipo de preguntas, generalmente somos víctimas del sesgo de disponibilidad: relacionamos la probabilidad de que un evento ocurra con la facilidad con la que este evento se nos viene a la mente. Esa facilidad es lo que se conoce por disponibilidad.

Para verlo por ti mismo, date un minuto para hacer este ejercicio rápido: ordena las siguientes causas de fallecimiento de la más probable a la menos probable: accidente de tránsito, suicidio y homicidio.

La mayoría de las personas pensará que lo más probable es un homicidio, luego un accidente de tránsito y finalmente un suicidio. Sin embargo, el orden de probabilidad correcto es justo el contrario [3]. En este caso, el sesgo ocurre pues los homicidios generan mucho mayor revuelo mediático que las otras causas de fallecimiento. Volviendo a la primera pregunta: si tú o alguien cercano ha sido víctimas de un robo de hogar, seguramente creerás que la probabilidad es mucho mayor que lo que pensará alguien que no haya tenido contacto con esa experiencia. Por esto, dos personas podrían tener una disposición a pagar muy diferente por un seguro contra robos, aun cuando la verdadera probabilidad de que esto ocurra es solo una: la estadística de robos de hogar del sector donde vivas.

En general, cualquier factor que haga una instancia más fácil de recordar, es una posible fuente de sesgo de disponibilidad y hará que sobreestimes la probabilidad con que ese hecho ocurre. Por ejemplo: eventos noticiosos (como los casos de corrupción), sucesos dramáticos (como accidentes, especialmente si son recientes) y también experiencias personales o ejemplos fáciles de visualizar en tu mente.

El sesgo de disponibilidad se observa frecuentemente en la industria de seguros, especialmente después de catástrofes naturales. Justo después de un terremoto, todos quieren contratar un seguro contra catástrofe al precio que sea, ¡pero la probabilidad de que ocurra sigue siendo la misma que antes del terremoto!

Otro caso son las garantías extendidas que te ofrecen cuando estás comprando un producto tecnológico, especialmente uno muy caro. Cuando estás decidiendo comprar algo valioso, es muy fácil (y doloroso) imaginarse que ese algo se echa a perder o se rompe. Está bien querer protegerlo, pero en general el precio que te ofrecen por extender la garantía es muchísimo mayor al costo esperado de reparar el producto (¿cuál es la probabilidad de que se eche a perder? Una pista: es mucho menor de la que te imaginas cuando estás comprándolo). En este caso, también entra en juego la aversión a la pérdida, que es otro fenómeno psicológico del que las aseguradoras suelen aprovecharse. Pero de eso hablaremos en otro artículo.

Resistir a este tipo de sesgos es complicado y requiere hacer el esfuerzo de reconsiderar nuestras intuiciones. Para esto, es bueno hacerse preguntas como: ¿Pienso que esto es muy probable porque conozco la estadística, o porque me pasó algo relacionado hace poco? ¿Estoy preocupado por este tipo de crímenes, porque la probabilidad es alta, o porque estoy viendo demasiadas noticias? ¿Conozco la probabilidad de que me ocurra este tipo de accidente, o solo me asusta porque es muy fácil de imaginar? En general, siempre que tengamos que evaluar un riesgo, esto sesgo podrá aparecer, por lo que debemos acostumbrarnos a cuestionar nuestras creencias.

Conclusión

Todos, todo el día, tomamos decisiones. Somos personas ocupadas tratando de sobrevivir en un mundo complejo, por lo que no siempre podemos reflexionar profundamente ante cada elección que se nos presente. Nuestra mente hace lo que puede para funcionar de forma eficiente y adecuada, pero a veces es víctima de sus propias vulnerabilidades, las cuales nos hacen tomar malas decisiones en circunstancias en que las consecuencias nos importan mucho.

Para tomar mejores decisiones, es indispensable entender cómo opera nuestra mente. La intuición (el Sistema 1) funciona automáticamente y no podemos apagarla a voluntad, por lo que lo mejor que podemos hacer es aprender a reconocer las situaciones en que somos vulnerables y esforzarnos para evitar estos errores cuando hay algo importante en juego. Y esto no solo es importante para cada uno como individuo, sino para apoyar a los demás: en nuestras familias, nuestras organizaciones y nuestras comunidades. Comprender nuestra mente nos ayudará a todos a vivir mejor.

La idea en síntesis

  • Un sesgo es un error sistemático en el razonamiento humano. Su origen radica en la forma en que nuestra mente distribuye los diferentes tipos de tareas.
  • El sesgo de anclaje ocurre cuando nos basamos en un valor para responder una pregunta. Normalmente, nuestro ajuste sobre el valor inicial es insuficiente o bien este valor no tiene nada que ver con lo que estamos intentando responder.
  • El sesgo de disponibilidad aparece cuando tenemos que estimar la probabilidad o el riesgo de un evento. En estos casos, sobrestimamos la frecuencia con la que ocurren eventos que se nos vienen fácilmente a la cabeza y subestimamos los que nos cuesta recordar.

Notas

[1] Este artículo se basa principalmente en los libros Thinking, Fast and Slow de Daniel Kahneman (capítulos 1, 11, 12 y 13) y Nudge: Improving Decisions about Health, Wealth, and Happiness de Richard Thaler y Cass Sunstein (capítulo 1). Escribí más sobre estos temas en este artículo sobre las paradojas del bienestar y en este otro sobre cómo cambiar tus hábitos usando nudges.

[2] Tal vez hayas visto este problema antes. El original se llama bat and ball problem y se trata sobre un bate y una pelota de béisbol.

[3] Cifras sobre fallecimientos en 2017 en Chile: 1878 suicidios, 1483 accidentes de tránsito y 779 homicidios.

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